Va la segunda parte del relato que Camilo nos contó por WhatsApp para sobrellevar la cuarentena. Las cosas se ponen intensas, juas. Pasen, vean y lean.
La tía me invitó a tomar la leche, pero no daba para decirle que ya había tomado y que justamente era la de su hijo la que me había puesto así, tan ansioso. Preferí volver a mi casa, encerrarme en mi pieza y hacerme una paja. Dice Luis que, cuando me fui, la madre le preguntó qué me había hecho, por qué yo me había ido tan rápido y sin motivo. Obvio que él no le dijo la verdad. Aunque, si la tía no hubiera sido tan poco atenta a los detalles, debería haber notado el bulto que todavía estaba inflado en las verijas de mi primo.
Era sábado y en mi casa estaban todos. De otro modo, me lo hubiera llevado a Luis para que terminara el trabajo. Pero con mis viejos ahí, no había forma. La casita era diminuta; de material, eso sí, nada de chapas, pero para ahorrar espacio mi viejo había hecho tabiques con ladrillos de canto al separar los ambientes. O sea que las paredes eran una cáscara de cebolla y podía oírse todo de una pieza a la otra. Hasta para hacerme la paja tenía que ser cuidadoso, porque mi vieja tenía oído de tísica. Pero con el gustito de la leche de Luis todavía caliente en mi boca no podía esperar. Cerré la puerta, me tiré sobre la cama y ni siquiera me tomé el trabajo de quitarme el pantalón. Solo me lo bajé un poco para poder cascarme la verguita y pasarme un dedo por el culo. Era una técnica que había descubierto hacía unos años y que me daba buenos resultados. Tampoco es que las pajas me atrayeran tanto (más bien esto que llevo entre las piernas me parece un horror cuyo contacto trato de evitar siempre que puedo) pero me sentía tan excitado que se me imponía una descarga inmediata. Mientras me pajeaba, me ensalivaba los dedos y luego me los pasaba por los alrededores del ano. Nunca me dio el coraje para meter alguno dentro del hoyo. La idea me pasó muchas veces por la cabeza pero nunca me animé. Sin embargo, esa especie de caricias anales incentivaban mi calentura cuando ya estaba en plan de toqueteos. Y esa primera mamada histórica me había puesto tan caliente que, una vez iniciada, habría llegado hasta el final con esa paja aunque hubiera entrado de golpe toda la familia. Me dolían los huevos y, de tan apelmazados, casi habían desaparecido de la vista. Por aquel entonces, todavía todo en mí era chiquito (huevitos incluidos) y por eso me sorprendió tanto el gran chorro seminal que largué con el orgasmo.
Mi vieja es empleada doméstica y evangélica. De las que andan día y noche con el pelo recogido y usan faldas negras hasta los tobillos. Le gusta ir a la iglesia donde el pastor les cuenta que Dios los quiere pobres y sumisos. Y también homofóbicos, porque (dicen) Dios creó al hombre y la mujer para poblar la Tierra y no para otra cosa. Imaginen que también está en contra de la masturbación. Porque no es algo natural, dicen también. Como si usar vestimentas y cocinar los alimentos sí fuera natural. Por eso hasta cuando me pajeaba tenía que tener cuidado de no manchar las sábanas. Una vez lo hice y me gané un enojo antológico. Después de largarme el consabido discurso moralista, recitando las maldades ocultas en el pecado, no me habló por siete días y apenas si me daba lo justo para comer (porque "las faltas del alma se purgan con el padecimiento del cuerpo"). Así que para mí la masturbación era siempre una estimulación del ano y, si las circunstancias imponían que la manuela terminara en leche derramada, la leche tenía que caer sobre mi pancita. Juro que ese día quise hacerlo también de esa manera, pero me salió tanto, ¡tanto!, que el chorro me salpicó la cara, el pelo, la funda de la almohada y ¡hasta manchó la pared encalada! En el momento, lo que más me inquietó fue la mancha de la funda, pero con el pasar de los días las chorreadas de la pared se hicieron más evidentes y empezaron a tomar una tonalidad amarillenta imposible de disimular. Pero esa es otra historia que otro día les cuento.
Mi viejo, en cambio, no cree en nada. Pero la sigue a mi vieja para ahorrarse problemas. Es albañil y se siente cómodo con su vida rutinaria. No es de mucho hablar y, cuando no está laburando, está en casa, sentado en la cocina, mirando en la tele algún documental de animalitos o en el celular algún turorial de carpintería, de plomería o cualquiera de esas cosas que se supone que los hombres deben saber. De lo que hacen los dos una vez que se meten en su pieza no tengo la menor idea. Por más que he pasado varias noches con la oreja atenta, nunca escuché ningún sonido sospechoso. Pero por algo será que no tengo hermanos.
A mí, por suerte, ninguno de los dos me insistió jamás para que fuera a la iglesia. Mi putez ha sido siempre indisimulable y estoy seguro de que les da vergüenza. ¡Aguante mi putez!
Aquel sábado del que les cuento era día de iglesia, pero el pastor había pasado la reunión para el día siguiente, que era el aniversario de la fundación del templo o algo así. Mientras me limpiaba los restos de semen de la panza con pañuelos descartables, puteaba hasta en los idiomas que no conozco por aquel cambio de fechas. Si hubiera sido cualquier otro sábado, Luis me habría hecho debutar como Dios manda. MI Dios al menos. No el de mis viejos.
Estuve pensando en eso toda la noche. Mi vieja me tuvo que obligar a terminar el plato de comida que me había servido ("Es pecado desperdiciar los alimentos que nos provee el Señor") y, cuando ellos se fueron a la cama (religiosamente a las diez), yo me quedé en mi cuarto, a oscuras, reconstruyendo en mi mente las formas, los olores y los sabores de la pija de Luis. Si eso era pecado, me chupaba un huevo. Y si era pecado mortal, me chupaba los dos. A mí el infierno no me asustaba. Vivir en aquel barrio, en medio de la miseria, y tener que soportar la humillación y el abuso de los demás pendejos todos los días ya era suficiente infierno y, si me ponía a hacer cuentas, estaba seguro de que mi balance con Dios ya tenía saldo a mi favor. Por eso, como estaba claro que Dios no es de los que pagan sus deudas (típico de los poderosos), esa noche cometí todos los pecados mentales que me fue posible. Lo imaginé a Luis encima de mí, cogiéndome como un salvaje, metiéndome la verga por todos los agujeros habidos y por haber, llenándome de semen una y otra vez, la boca, el culo, bañándome con su guasca... Esa palabra me parecía super vulgar y pecaminosa... ¡guasca!... y por eso la repetí miles de veces en mi mente, mientras me ensalivaba el culo y me incendiaba la cabeza. ¡Guasca! ¡Guasca! ¡Guasca! ¡Guasca! ¡Guasca! ¡Guasca!
En algún momento de ese infernal frenesí, me quedé dormido, pero el aquelarre marica continuó en sueños.
Cuando desperté, la luz del sol ya entraba por la pequeña ventanita de mi cuarto. Y no estaba solo. Reconocí de inmediato la mano de Luis que intentaba dificultosamente de bajarme el calzón. A mí se me paró el corazón, además de la pijita. En cuestión de milisegundos, pensé en mis viejos que estarían en la pieza de al lado y en el hecho más que seguro de que mi vieja escucharía los ruidos extraños que provendrían de mi cuarto. Al abrir los ojos, mi expresión de terror debe haber sido evidente. "Tranquilo... que estuve toda la mañana esperando que tus viejos se fueran al mercado". Además de buen cogedor, Luis es un tipo inteligente y meticuloso (sobre todo porque me la mete por el culo... el chiste es malo pero no lo puedo evitar, jajajaja). Cuando se metió en mi cama ya se había quitado los calzones y la tenía bien dura. Lo noté enseguida, aun antes de que lograra desnudarme. La cabeza de su pene se me apoyó en la nalga y yo me quedé sin aliento. Cuando la tela de mi calzoncillo cedió a sus presiones, a la presión se sumó la humedad de su juguito. Yo quedé envuelto entre sus brazos y desde ese momento no recuerdo otra sensación más placentera. Salvo cuando me entró la pija por atrás. Pero ese es otro tipo de placer. Cuando me abrazó y me empezó a manosear se me dispararon todos los sentidos y todas las emociones. ¿Podés creer que hasta ahí casi nadie ma había abrazado nunca? Será por eso que, por puro instinto, mi culo se movió hacia atrás, pegándose infinitamente a su pelvis. Yo digo que fue ese instinto de puto que uno lleva dentro, porque mi virginidad era tan patente como el sol que sale todas las mañanas. Mi raja le abrió paso y su verga se deslizó entre los cachetes dejándome mojado como perra en celo (que después de todo era lo que yo era en ese instante). "Tenés pielcita de bebé" me decía mientras me manoseaba el vientre. O "este culito redondo me vuelve loco", mientras me apretaba las cachas hasta hacerme doler (aunque fuera tan solo un dolorcito). Mis fantasías sobre aquel debut incluían besos en la boca y en el cuello y en todo el cuerpo, pero en la consumación concreta nunca llegaron. Me tuve que conformar con el calor de su aliento en mi nuca, que tampoco era poca cosa.
Al poco rato, la pija ya se frotaba entre mis piernas. Con una mano me sostenía una pierna levemente en alto y su pelvis se había acomodado de modo que el contacto fuera total. La parte baja de su vientre aplastaban mis nalguitas y su verga patinaba, desde el hoyito del culo hasta los huevos, con absoluta libertad. Ninguno de los dos decía palabra alguna y él solo resoplaba y rebuznaba tratando de contener sus ansias.
Ansias que, en un momento dado, ya no pudo reprimir. Se llevó los dedos a la boca y se los ensalivó bien. Después me lubricó el ojete torpemente y me apoyó la cabeza del pene. Me tapó la boca con la misma mano y me advirtió: "No grites, que te la voy a meter". El dolor fue intenso, como si me hubieran clavado un hierro al rojo vivo o envuelto en una lija, pero el espíritu del puto está preparado para el sufrimiento. Me la banqué como un duque. Porque a pesar del dolor, nunca nada me había gustado más. Y aun hoy me sigue gustando aunque ya no duela. Me clavó la pija hasta el fondo y allí se quedó, latiendo y aguantando la repentina necesidad de eyacular. "No, no, no, no". Luis mordía la palabra casi como un rezo y luego me confesaría que nunca más me habría vuelto a tocar si hubiera acabado a la primera metida. Por suerte no lo hizo. Lo de acabar al toque digo. Porque sí me volvió a tocar y a garchar muuuuuchas veces. Y todavía lo sigue haciendo, por más que ya salí de la villa. A mí el dolor no me quitó las ganas y, si no me moví para sentir mejor su cosa dentro de mí, fue por la misma razón: para que la dureza no decayera. Seguramente no estuvo quieto durante mucho tiempo, pero la ansiedad del momento trastocaba todas las nociones del tiempo. Eso sí: cuando se puso otra vez en acción, ya no tuvo control. Luis me dejó marcas en el pecho de tan fuerte que me abrazó mientras me cogía a lo bestia. Era una máquina que entraba y salía alocadamente de mi culo y me entrecortaba la respiración. De pronto, me escuché a mí mismo emitiendo quejiditos de nena, inmerso en un mar de sensaciones que no lograba dominar. Mis nalgas eran un fangal en el que la verga de Luis parecía ubicarse con absoluta certeza. Si se salía del ojito, enseguida encontraba nuevamente el camino correcto. Cada empuje me provocaba un gemidito bien de maricona y eso lo ponía todavía más caliente. Su piernas se enlazaban en torno de las mías en un innecesario intento por evitar mi fuga y el sudor de su cuerpo obraba como lúbrica pegatina entre su pecho y mi espalda.
Cuando acabó, el cuerpo de Luis, vacío ya de energías, se dejó vencer por la gravedad y, a falta de una cama más ancha, siguió camino hacia el suelo. Desde allí me sonreía con la expresión más plena que he visto en un hombre. A mí, el culo me dolía horrorosamente y, sin embargo, lo habría prestado para una segunda vuelta si él lo hubiera requerido. Pero ya dije que es un tipo que sabe lo que hace y, apenas recuperó fuerzas, volvió a ponerse el pantaloncito de fútbol con el que había llegado, se calzó las zapatillas, me saludó puño con puño y se fue.
Lo vi salir de mi pieza con esa carita de nene grande que acaba de descubrir el primer pelo de su barba, sin poder disimular la electricidad que todavía lo recorría de pies a cabeza. Yo me quedé en la cama, como derretido, sabiendo que mi cuerpo era mi cuerpo, aunque la única prueba de ello fueran el dolor, el cansancio y esa profunda necesidad de volver a tener a Luis dentro de mí. La risa se me mezclaba con las ganas de llorar. Y me hubiera abandonado a ese llanto indescifrable si los líquidos de Luis fluyendo entre mis nalgas no me hubieran llamado a la realidad.
¡Las sábanas era un asco! Por milagro no me había cagado, pero no había manera de justificar esos lamparones. La leche de Luis era potente y, además de las manchas en la ropa de cama, el olor a sexo reinaba en el ambiente. Tuve que cambiar las sábanas, cubrirlas con una frazada y rogar que mi vieja no se diera cuenta de que no eran las mismas que ella había puesto el día anterior. A esas las metí en una bolsa de residuos y las escondí en una caja de libros que tenía en los estantes que cumplían la función del inexistente placard. Ya me encargaría de lavarlas durante la semana, cuando todos estuvieran en el trabajo. El olor a semen era cosa más compleja y tuve que abrir la puerta y la ventanita, traer el ventilador de la pieza de mis viejos, encenderlo en pleno mayo y quedarme en la puerta de la casa, atento a la aparición de mis viejos para poner todo en orden antes de que entraran.
Hubo sospechas (mi vieja es muy zorra, nada que ver con la tía Emilia), pero por alguna razón la cosa no pasó de un par de preguntas circunstanciales.
Ese domingo tampoco tuve hambre durante el almuerzo y tuve que ponerle pilas para terminarme la comida y evitar interrogatorios peligrosos. Cuando tuve oportunidad, me metí en el baño y busqué, en una caja donde mi vieja guardaba medicinas, algo que pudiera ayudarme con el culo. Encontré xilocaína. Me unté bien el ano y sentí un alivio inmediato pero parcial. Seguramente habría sido necesario que metiera los dedos y me untara también el interior, pero mis remilgos de putito recién estrenado todavía no se animaban a tanto.
Continuará...
First one's teeth look fake AF. 😏
ResponderBorrarSecond one is adorable AF. 💚
And some of these pics are 🔥
Me encanta. Qué bien escrito... Y qué caliente...
ResponderBorrarUn abrazo.
Biennn !!! Buen relato !!! Madre mia... Que duro deve de ser criarse en una familia regida por una hereje evangélica como la madre de Camilo o la señora Helena. Mira que me yo me he topado con fanaticos religiosos de todos los pelajes, pero juro que como esos ninguno...
ResponderBorrarBesitosss !!!
Doña Helena estaba enferma de la cabeza, pero ya verás en las próximas entregas que la madre de Camilo estaba peor todavía.
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