Publicado originalmente el 19/06/2019
Hoy, la continuación de Debutantes del Mc Donnald's, un relato que me reclamaron durante doce años. Todo llega, juas. Pasen y lean.
Eran tiempos difíciles.
Marcos y yo acabábamos de conocernos, pero en muy poco tiempo tendríamos ya la suficiente intimidad como para reconocernos hasta por el olor. El primer contacto sexual había tenido lugar en el baño de un Mc Donnald’s. Le chupé la pija demasiado rápido y torpemente. Se me ocurre que podríamos haber terminado cogiendo en el retrete pero era un lugar muy concurrido y poco apto para ese tipo de acercamientos, más que nada por nuestra inexperiencia (con un par de años más, al menos yo sería capaz de hacerlo en sitios mucho más expuestos). El país estaba convulsionado. La crisis económica había llegado a su punto máximo y el gobierno de la República tambaleaba.
Cuando bajábamos las escaleras desde el primer piso, después de nuestro primer acercamiento sexual, los empleados del local se apuraban a bajar las persianas metálicas. En esa media hora que nosotros habíamos pasado en el baño, los disturbios callejeros se habían descontrolado por completo y en las noticias se mostraba que varios negocios habían sido saqueados. En el salón había muchos que no parecían tomar conciencia de la gravedad de la situación y permanecían en sus mesas, consumiendo como si nada sucediese. Otros, en cambio, nos hallábamos en la disyuntiva entre salir a la calle para regresar a casa o permanecer en el lugar hasta que pasara el tumulto. Ante mi indecisión, fue Marcos el que tomó la iniciativa. Me tomó de la mano y me dijo que fuéramos a su casa, que estaba a pocas cuadras. Desbordado por la situación (todavía no asimilaba el sabor de su semen en la boca y ya veía a la gente correr por la calle huyendo de la muchedumbre), me dejé guiar como un autómata. Fueron las tres cuadras más largas de mi vida, Hasta donde yo tenía conciencia, La Plata siempre había sido una ciudad tranquila, pero aquella tarde, de sopetón, se había transformado en un pandemónium. Una gran masa de gente marchaba por la avenida con pancartas y cánticos en contra del presidente, del ministro de economía y de los bancos. De repente, como respondiendo a una orden superior, buena parte de ellos arremetió contra las vidrieras con palos y piedras. Desde el día anterior, algo había escuchado acerca de las revueltas, en la tele había visto los desórdenes de Buenos Aires, pero no había imaginado que los vería en vivo y en directo. Un pibe de nuestra edad, con la camisa anudada en la cabeza y la cara desencajada, lanzó un adoquín contra los cristales de una disquería. Yo iba en ojotas y uno de los vidrios se me clavó en la planta del pie derecho. Tanto Marcos como yo estábamos lo suficientemente asustados como para no pensar en detenernos y así fue como corrí a duras penas unos cincuenta metros, hasta llegar a la esquina, enterrándome más y más el vidrio a cada paso. Tomamos una calle lateral. Algunos curiosos se asomaban a la puerta para ver los incidentes. Un tipo gordo que apenas podía caminar se había plantado en mitad del asfalto y sacaba fotos con una cámara profesional. A mitad de cuadra le rogué a Marcos que nos detuviéramos: el dolor era muy intenso y, cuando miré hacia abajo, tenía el pie cubierto de sangre. Obvio que no era nada tan grave como parecía (al menos hoy lo sé), sin embargo, para aquel Ezequiel que había crecido en el seno de una familia disfuncional pero de clase media acomodada, aquello representaba casi una amputación. La preocupación de Marcos no iba en saga. De haber tenido fuerzas suficientes, me habría alzado en brazos y yo habría cumplido mi sueño adolescente de ser una princesa de Disney. Él era más alto que yo (metro ochenta contra metro setenta y pocos), pero era flaquito como un espárrago mientras que yo, sin ser corpulento todavía, tenía mi contundencia.
A duras penas llegamos a su casa.
La madre de Marcos estaba en la puerta, muy preocupada. Lo había estado llamando al celular, pero, con el pete primero y con los nervios y las corridas después, su hijo no había prestado atención al aparato desde hacía largo rato. Prácticamente, la mujer nos empujó hacia el interior de la vivienda cuando nos tuvo al alcance. Recién adentro se dio cuenta de que no me conocía.
― Él es Ezequiel… ―me presentó Marcos― Un compañero de taekwondo.
¡Taekwondo! ¡El chabón le batió TAEKWONDO! ¿Qué podía saber yo de taekwondo? ¡Apenas si sabía cómo escribirlo! Por fortuna, a la madre de Marcos todavía no se le pasaba el susto y no indagó más en el asunto. Fue muy amable conmigo. Puso una pinza de depilar al fuego y con ella me sacó el trozo de vidrio. Con la corrida se me había enterrado bastante profundo (todavía tengo la cicatriz). Me desinfectó y me vendó el pie, mientras Marcos le ponía condimento al relato de los hechos que acabábamos de vivir.
Pasado el mal momento, la televisión seguía transmitiendo imágenes de los desmanes que se repetían a lo largo y a lo ancho de la Argentina. La madre de Marcos, una cuarentona muy bien puesta con modales aristocráticos y vestida como una modelo, no paraba de repetir las mismas cuatro frases:
― ¡Qué barbaridad! ¡Qué escándalo! ¿Dónde vamos a parar? ¡Y mi marido que no llega…!
El marido llegó al poco rato junto con su otro hijo, un par de años mayor que Marcos. Felipe padre y Felipe hijo. Los dos tan fuertes que al instante me di cuenta de que me había tocado el menos lindo de los hombres de la familia. Felipe padre fue el primer maduro que me hizo fantasear y en los día sucesivos le dedicaría un par de pajas. A Felipe hijo llegué a verlo con la pija en la mano (al día siguiente, mientras meaba) y siempre fue algo así como una asignatura pendiente.
No es que Marcos fuera feo, ya lo dije, pero era tan esmirriado, tan larguirucho y torpe al caminar… No obstante, me gustaba su verga y, durante el poco tiempo que duró nuestra relación, le saqué los jugos a más no poder.
En algún momento de la charla, quise saber si funcionaba el transporte público. De alguna manera tendría que regresar a mi casa. Felipe padre tuvo una respuesta categórica:
― ¡Ni pienses que vas a volver solo! Cuando pase el quilombo, te llevamos en el auto.
Eran un poco oligarcones (psicopedagoga ella y arquitecto él), pero buena gente.
Quisieron que llamara por teléfono a mi casa para que mi vieja se quedara tranquila. Yo sabía que era día de culto y que mi madre ni siquiera estaba enterada de que yo había salido. Sus reuniones en la iglesia terminaban siempre tarde. De modo que hice una pantomima, fingí el llamado y todos contentos.
El resto de la familia se quedó frente al televisor, angustiándose por los acontecimientos, en tanto Marcos y yo nos retiramos a su cuarto para “escuchar música”. Era una casa gigantesca. Uno de esos viejos caserones “tipo chorizo”, con varias habitaciones de techos muy altos, dispuestas en hilera y conectadas por un enorme patio longitudinal que Felipe padre había techado y subdividido convenientemente para crear más ambientes, decorados con un gusto muy ecléctico que daba cuenta de sus viajes alrededor del mundo. Convenientemente, la habitación de Marcos era la última, al fondo de la propiedad.
Su cuarto, para no desentonar con el resto de la casa, también era desorbitadamente grande. ¿Cinco metros por cinco? ¿Seis por seis? ¡Con decir que hasta tenía un kayak dispuesto sobre un anaquel de roble en una de las paredes! Libros, discos, juguetes por todos lados. Cualquier desprevenido podría haber supuesto que todo en aquella habitación estaba en desorden. No obstante, una mirada profunda permitía detectar cierta armonía en aquella engorrosa acumulación de objetos. De todos modos, no estaba yo allí para apreciar la decoración y ambos lo sabíamos. Marcos se acercó al gran equipo de audio y puso música de la gran reina del pop. Habíamos chateado lo suficiente y él ya sabía de mi amor incondicional por Madonna. Acto seguido, bajó la intensidad de las luces y se dejó caer sobre la cama. Sonreía. Tan seguro de sí mismo como estaba. Parodiando una coreografía al ritmo de “Don't Tell Me”, me fui acercando lentamente y, cuando estuve a sus pies, mis manos le quitaron las zapatillas y las suyas desabrocharon la cintura del jean. El pantalón se deslizó con cierta resistencia. Las patitas de Marcos eran dos pálidos escarbadientes muy reacios a la seducción. Pero la verga ya estaba dura otra vez y, como por arte de magia, ocupaba todo mi campo de visión. Me quité la bermuda y repté sobre sus largas piernas hasta acomodarme de cara a su pubis. En el Mac Donnald’s no había visto que llevaba un bóxer negro con ribetes dorados. Me gustó tanto que, meses después, me recorrí todo Buenos Aires hasta encontrar uno semejante. El glande asomaba sobre el borde. Podía verlo latir. Podía olerlo. Mis costillas se acomodaron entre los huesos de sus rodillas y mi boca se aprestó a trabajar como si supiera hacerlo. Le pasé la lengua desde los huevos hasta la punta de la pija, sabiendo que, tras la sequedad de la tela, mi lengua sería recompensada con la acidez de sus primeros jugos al final del recorrido. Ya había pasado un par de horas desde que Marcos me llenara la boca de semen y todo estaba preparado para la segunda ronda. Tal vez el suyo fue un suspiro exagerado. Fue casi un lamento. Un estertor. Sin embargo, el modo en que el trozo de carne palpitaba ente mis labios daba garantías de que no estaba fingiendo. El instinto me guiaba. Aquella verga gorda y venosa arrastraba sus rugosidades en el interior de mis mejillas, dejaba su senda gustativa sobre la superficie de mi lengua, humedecía de viscosidad la fosa de mi garganta. En la infancia, la paleta del pediatra me provocaba arcadas. Quién sabe si no hubiera sido más efectivo usar una poronga para auscultar mis amígdalas. Por gracia de alguna extraña magia, mi tracto bucal era como un guante para aquella verga tan suculenta. Los testículos se apelmazaban cuando lograba rozarlos con mis labios. Yo lagrimeaba y, aun así, la sensación de plenitud que experimentaba, cuando todo su paquete me invadía por la boca, valía el sacrificio. Marcos me tomaba del cabello y me empujaba hacia abajo. O inmovilizaba mi cabeza con las manos y elevaba su pelvis hasta hacer desaparecer toda su verga entre mis quijadas.
Así estuvimos largo rato entre gemidos y gruñidos de agonía. Madonna inició y terminó varias canciones hasta que Marcos suplicó que me detuviera.
― Esta vez no quiero terminar en tu boca. Tenemos que hacer "algo más".
Me asaltó una oleada fría de ansiedad y de temor. Había llegado el momento que habíamos imaginado largamente. Cada uno desde su perspectiva tenía un plan al respecto. El mío, rústico y fantasioso al inicio, consistía en una penetración salvaje que revolucionara mis sentidos y me convirtiera en algo así como una ninfómana, llamárase como se llamara en el caso de los varones (hoy en día ya sé que, en el caso de los hombres, en vez de ninfomanía se habla de satiriasis). Llevaba tanto tiempo imaginándolo que la información abrió paso a las dudas, aunque el miedo no lograba eliminar el deseo. En el caso de Marcos, creo que el objetivo era más sencillo: introducir su pene erecto entre mis nalgas (o de quien fuere) hasta que se le desinflara por el agotamiento.
Me ayudó a desnudarme y se quedó mirándome como asombrado. Luego él también se desnudó y, esta vez para mi sorpresa, se tendió a mi lado, me acarició y me estrujó las nalgas y me besó en los labios con una ternura que nunca le hubiera sospechado. La magia duró apenas unos instantes. Después, la situación asumió el esperado salvajismo. Sin embargo, ese beso inicial fue tan mágico que, aun hoy, después de tantos años, trato de lograr ese destello de sensibilidad con cada uno de mis amantes.
Marcos me puso boca abajo y se montó sobre mi cuerpo para penetrarme sin dilaciones. Su verga se abrió paso entre mi carne sin pedir permiso y todo el dolor que jamás había experimentado se hizo presente allí, danzando entre los acordes de “Gone”. La misma Madonna parecía burlarse de mí con eso de “I won't be broken again” justo en el momento en que Marcos se afanaba en destrozarme. Aunque… aquel dolor, aquel padecimiento infinito era, a la vez, un raro hechizo, porque hubiera deseado que nunca terminara. En el fondo, los putos somos algo masoquistas. Lo supe aquella tarde y todavía lo sostengo. Por escasos tres minutos (lo que dura la canción) mi nuevo y fugaz amigo fue otra persona, muy diferente a ese otro chico que me besara con tanta ternura. Su pija se ponía más y más dura a medida que se clavaba entre mis glúteos y yo habría gritado con justa causa, si no hubiera estado consciente de las consecuencias.
Lamentablemente, cuando mi esfínter comenzaba a dilatarse y el tremendo dolor parecía menguar, Marcos empujó su miembro a fondo y allí se detuvo, en medio de un quejido ahogado. Sentí los fuertes latidos de su verga en mi interior. Se hinchaba y se relajaba a un ritmo vertiginoso y, en cada pulsación, vaciaba su leche en mis entrañas.
El silencio llegó sin esperarlo. Madonna parecía querer ayudarnos, pero pocos segundos después del último acorde, la voz de Felipe hijo se acercaba llamándonos.
Apenas tuvimos tiempo de cubrirnos. Yo alcancé a ponerme la bermuda sobre la piel desnuda. Mi calzón había quedado en algún rincón de aquel extraño orden. Marcos apenas pudo enfundarse en su bóxer negro con ribetes dorados. Su hermano entró de improviso y nos vio. Fueron segundos eternos. Sus ojos iban de Marcos a mí y de mí a Marcos, una y otra vez, tratando de comprender. Por nuestra parte, no queríamos que comprendiera, pero tampoco se nos ocurrió alguna excusa que justificara aquella escena. En medio de la confusión general, Felipe nos transmitió el mensaje:
― Preguntan los viejos si Ezequiel se queda a cenar o prefiere que lo lleven a su casa.
No me daba la cara para quedarme. Felipe huyó apenas dijo sus líneas y nosotros terminamos de vestirnos. Cuando regresamos a la sala, solo estaban los padres y ellos creyeron que mi modo tan peculiar de caminar era a causa de la herida del pie. En parte tenían razón, pero en realidad me dolía el culo.
Continua...
Esos relatos tuyos son siempre tan excitantes que siempre tengo que acabar con ellos... (en el sentido que vosotros le dais a ese verbo)... Jajajaja.
ResponderBorrarUn abrazo
Hay que sacarlo todo afuera Jose jajajaja
BorrarComo siempre unas lieneas brillantes ZekYs. Sin duda ha valido con mucho la pena, aguardar doce añitos para disfrutar de estas segunda parte jajaja. Por cierto... Me he quedado con una duda? Cuando nos describes la casa de Marcos, no he entendido lo que significa eso de: ((( viejos caserones “tipo chorizo” )))??? En España, un chorizo, es un embutido o un ladron. No entiendo para nada ese simil tan gracioso jajaja.
ResponderBorrarBesitosss !!!
Jajajaja. En Argentina, "chorizo" también es un embutido o un ladrón. Y también un pene jajajaja. Pero, además, existe la expresión "casa chorizo" que son casas antiguas muy comunes, sobre todo en Buenos Aires. Se caracterizan por tener varias habitaciones dispuestas una tras otra como los chorizos en una ristra. Te dejo un enlace de Wikipedia en el que se las describe en detalle.
Borrarhttps://es.wikipedia.org/wiki/Casa_chorizo
https://web.archive.org/web/20090521100754/http://estatico.buenosaires.gov.ar/areas/turismo/letras/casachorizo_es5.pdf
BorrarExcelente relato !!
ResponderBorrarZekys me lleva a la escena con peculiar facilidad. La descripción del ambiente es inigualable.
La medida de los detalles del sexo es justa !! Justa justa sin llegar al límite de la obviedad.
Me encanta
Espero no tener que esperar 12 años por la tercer parte ...
Me quedé con ganas de saber más de Felipe hijo .
Abrazo grande zekys y maridos
Gracias, Ale. Trataremos de que no pase tanto tiempo jajajajaja
BorrarIncreíble, tenía la idea de ya haber leído la continuación del relato, pero según recuerdo había sido en tu casa, se quedó a dormir porque tu madre estaba en los protestas y no llegaría. Después de coger, se comieron unos plátanos... ¿habré soñado esa lectura? ¿O estoy confundiendo al chico? 🤔
ResponderBorrarGuauuuuuuuu!!!!!! Aaron!!!!!! Me has dejado patitieso!!!!!! Qué memoria la tuya!!!!! Ni siquiera yo recordaba ese relato!!!!!! Lo voy a buscar entre mis archivos y lo voy a volver a publicar. No recuerdo bien cómo conté la historia en ese tiempo, pero el relato se llamaba "Contra la pared" y contaba lo que hicimos la única vez que Marcos fue a mi casa (que en realidad fue la tercera vez que garchábamos) y el por qué el blog se llamaba "Bananas en la cama". Estoy francamente sorprendido por tu memoria!!!!! jajajajaja. Gracias por traerme ese recuerdo. Tengo que reponer ese capítulo que ahora se me había pasado por alto.
BorrarSiendo casi las siete de la mañana de este miércoles 28 de octubre y después de haber pasado toda la noche revisando archivos viejos, por fin encontré no solo el relato del que hablaba Aaron, sino también otros que narran historias de esa época. Juro que me había olvidado de esos relatos y estoy muy contento de haberlos recuperado. ¡Gracias una vez más, Aaron!
Borrar¡que chicos! ¡que lindo!
ResponderBorrarPues que suerte que consiguieras una penetración a la primera que lo intentasteis. En mi caso entre que yo no me relajaba y mi follamigo no atinaba y sele terminaba bajando, si no recuerdo mal tardamos tres dias jajaja.
ResponderBorrarBesitossss !!!!
Me gusta su blog porque no sólo podemos disfrutar de videos porno y hombres hermosos, sino también de relatos muy bien escritos y que hacen funcionar la imaginación. Gracias y felicidades.
ResponderBorrarMe sigue excitando esa historia, a pesar de vuestra inexperiencia, me viene la calentura de l'adolescencia que reclama immediatez.
ResponderBorrarMuchas gracias por la recarga.
Un abrazo