Para los que nunca lo leyeron y para los que quieren volver a leerlo, acá va el primero de los relatos que publiqué en la primera de las versiones de BANANAS. Hoy se cumplen veinte años de aquella primera experiencia y, francamente, me da un poco de nostalgia a la par que inquietud por el recuerdo del marco histórico en el que se desarrolló. Pasen y lean.
Si alguien me hubiera advertido de que me iba a doler tanto la primera vez, es muy probable que jamás me hubiera asumido como puto.
En aquella época yo era particularmente sensible al dolor físico. ¡Vamos! Lo que se dice una mariquita con todas las letras y, de haberlo sabido, nunca me habría animado a dejarme penetrar. Muchos me han dicho que me hubiera bastado con hacer solo de activo, pero las medias tintas nunca fueron lo mío. Dicen que los acuarianos somos así: todo o nada. Aunque, con los años, más allá de cuestiones astrológicas, uno aprende a manejarse y a saber hasta dónde puede estirar la cuerda. Pero no me quiero desviar del tema...
Desde que se me despertaron las hormonas supe que soy puto y ni por un momento consideré la posibilidad de serlo "a medias". Cosas que uno piensa a los quince años, cuando todavía no sabe nada de la vida, por más que creyera que me las sabía todas. Entre esas creencias, yo estaba convencido de que uno es puto y listo. Y como tal tenía que gustarte la pija como viniera. Ni siquiera tenía idea de que se pudiera elegir, juas. Para mí, todos los putos teníamos que entregar el culo y nos tenía que gustar. Si no, no eras puto. Una imagen absolutamente distorsionada de la realidad que, por fortuna, pude superar en poco tiempo. Experiencia mediante.
De modo que llegué a mi primera relación sexual sin tener demasiada idea de lo que estaba haciendo, pero con la potente certidumbre de que quería hacerlo. ¡Necesitaba hacerlo! Como fuera y con quien fuera. Lo supe desde siempre, desde que experimenté las primeras erecciones y se me puso en la cabeza que quería que me culearan a como diera lugar. Y no me detuve hasta conseguirlo, juas.
La teoría me la sabía de memoria: juego previo, relajación y lubricación. La enciclopedia de mi padrino era contundente y explícita con esos consejos. Pero ya dice el refrán que "del dicho al hecho hay mucho trecho". Con las primeras pajas y mi claro objetivo de ser penetrado, los primeros jugueteos solitarios consistían en encerrarme en mi cuarto, desnudarme, manosearme el miembro y deslizar uno o dos dedos entre las nalgas, tratando de disfrutar las suaves caricias de esos dedos míos, tan infantiles, que de alguna manera me resultaban excitantes. Durante muchos años, en interminables sesiones de terapia, traté de confirmar si el placer me venía del mero hecho de tocarme o de la certeza de que se trataba de un acto que a mi madre le pondría los pelos de punta. La vieja guerra contra doña Elena.
Toda vez que lo intentaba, lo de la relajación se me complicaba bastante. Más que nada porque, a mis tiernos trece o catorce, apenas sabía lo que el término significaba y no había RAE que me ofreciera mejores datos. ¿Cómo podía relajarse uno, si solo pensaba en que debía relajarse sin saber cómo hacerlo?
Aun así, llegó el día en que junté coraje y los deditos se animaron a colarse dentro del hoyito. Y dolió bastante, porque tampoco tenía muy claro eso de la abundante lubricación que se mencionaba en la enciclopedia. ¿Cuánto era "abundante"? ¿Cuál era la mejor lubricación? ¿Era lo mismo que se les agregaba a los motores de los autos? De solo pensar en untarme con grasa o aceite de cocina, se me retorcían las tripas. No recuerdo cómo fue que descubrí la eficacia de la saliva en esos menesteres, pero celebro el descubrimiento que me permitió pasar al siguiente nivel. Luego de superar el asco que me producía el proceso de meterme los dedos en el culo (hasta ese momento, fatalmente estigmatizado por la cultura evangélica de mi señora madre), hecho que tal vez me inspirara en la búsqueda de alternativas para la penetración digital.
Objetivamente hablando, mi primer amante fue (debo confesarlo) el mango de carey de un pequeño cepillo para el pelo que mi madre ya no usaba. Era liso y suave, con un extremo redondeado y no muy grueso, y la primera vez que lo introduje en mi ano temí que allí terminara mi carrera de homosexual. La diferencia de calibre en comparación con el de mis dedos huesudos era claramente notable y (como ya dije) mis técnicas de relajación no eran de las mejores (aunque, sin saliva, la experiencia habría culminado en el más rotundo de los fracasos). Sin embargo, una vez que estuvo dentro, pude darme el tiempo para acostumbrarme a su presencia en mi recto y, de allí en más, no puedo decir que nos transformáramos en la pareja ideal, pero fue un buen estímulo para seguir en busca del verdadero y genuino placer. Párrafo aparte merecería la saga de cuidados que me impuse, tanto para mantener lo que yo suponía una correcta higiene del mango del cepillo, como para evitar que doña Elena lo descubriera en mi habitación y sospechara el uso que le estaba dando.
La primera vez que logré eyacular con el mango del cepillo dentro, creí que ya estaba preparado para un pene de verdad y, con la misma impulsividad con que a veces me sigo manejando, me avoqué a la tarea de hallar a un hombre (o sucedáneo) que fuera capaz de cumplir esa función.
A la luz de mi experiencia actual, aquel primer encuentro sexual no fue gran cosa. Aunque en el momento (y a pesar de los varios inconvenientes que tuvieron lugar) se sintió como un logro que ninguna otra cosa podría superar. Yo tenía tanto miedo que lo de la relajación no podía ser más que una utopía. Mi cerebro trataba de imponer su autoridad pero mi esfínter se había transformado en un ente autárquico que desoía las órdenes impartidas por mi fogosa voluntad.
Con el tema de la lubricación no me iba mejor. A causa de los nervios, se me había secado la boca y, por más que se la chupé hasta que casi acabara, vanos fueron mis esfuerzos para lubricar aquella morcilla que quería conocerme por dentro.
Para colmo, mi compañero era tan primerizo como yo y, después de la mamada, ya estaba desesperado por metérmela. O sea que de juego previo ni hablar.
Se llamaba Marcos y lo había conocido en el chat de UOL, apenas la noche anterior. La clásica: ¿cuántos años tenés? ¿dónde vivís? ¿vas a bailar?... hasta que uno de los dos se anima a abordar el tema que en realidad nos interesa: ¿sos activo o pasivo? ¿ya la pusiste? ¿la tenés grande?
El caso fue que aquella noche, luego de un largo chat, donde hablamos de pijas y culos, de mamadas y garches (o sea, de cosas que desconocíamos por completo), terminé con el cerebro quemado. Cuando apagué la computadora tenía tal calentura que me tuve que hacer tres pajas antes de lograr conciliar el sueño (Por si no lo recuerdan, a los quince años esas cosas pueden ser frecuentes, juas).
Marcos me había pasado el número de su celular, lo que para mí fue toda una novedad. Era 2001 y pasarían algunos años antes de que el uso de celulares fuera masivo en la Argentina. De hecho, esa fue la primera vez en que yo vi uno de cerca.
Años más tarde, mi por entonces terapeuta (la inefable Alicia S.), siempre muy seria y profesional, no pudo reprimir un atisbo de sonrisa cuando declaré que "el chico me había impresionado para bien". Ella siempre resaltaba mi esfuerzo por las frases rebuscadas.
- "Como si buscaras el modo de otorgar elegancia a un hecho que, desde la óptica de tu madre, es a las claras reprochable" -me dijo alguna vez.
Imagino que aquella "impresión" de la que hablé debió parecerle divertida en el marco de su fatalidad. Después de todo, aunque Marcos hubiera sido un chimpancé disfrazado de payaso, me habría "impresionado" de igual manera, dada mi desesperación por comerme un pito.
Fuera como fuera, al día siguiente, preferí llamarlo desde un teléfono público y no desde casa. Aunque no tuviera mayores pruebas para afirmarlo (yo siempre había sido un chico obediente y previsible), para mí era un hecho que mi vieja era medio bruja y siempre olfateaba mis andanzas clandestinas (léase: comer un caramelo masticable a la salida del dentista o volver a ponerme el calzoncillo usado después del baño). En ese sentido, es posible que la culpa fuera de Emilio, mi padrino, que no dejaba de ensalzar las dotes detectivescas de mi progenitora, sin que yo haya indagado jamás el origen de tales aseveraciones.
Si de mí hubiera dependido, con Marcos me habría reunido aquella misma noche de nuestro primer y único chat. Habría apagado mi computadora para salir corriendo hasta su casa y zambullirme en su entrepierna. Pero, con honrosísimas excepciones, en la pubertad, el peso de las fantasías suele superar al de las valentías. A la mañana siguiente, después de una noche signada por sudores y ansiedades, mis impulsos seguían con el mismo ímpetu. Apenas quedé solo en la casa, pensé en tomar el teléfono y llamarlo. Pero era un teléfono celular y, aunque hoy parezca absurdo, por aquellas épocas, llamar a un teléfono móvil era carísimo y, por tanto, ese tipo de llamadas quedaban debidamente registradas en la factura mensual. Imaginé a doña Elena con su cara de ofuscada santurrona, poniendo el grito en el cielo y pidiendo el consejo del pastor para volver al redil a su hijo descarriado. No tuve que meditarlo mucho para darme cuenta de que llamar a Marcos desde casa era una mala idea. Lo llamé, como ya dije, por la tarde y desde un teléfono público.
Me encontré con él esa misma tarde, en un Mc Donald's del centro. Era mediados de diciembre y el calor empezaba a apretar. El calor climático y el calor social. Medio país había quedado preso del "corralito" y en todo el país se multiplicaban las protestas frente a los bancos. De camino al centro, la inquietud de la gente era evidente. No se hablaba de otra cosa. Que si el presidente, que si el ministro tal, que si el secretario cual... No había que ser un licenciado en sociología para darse cuenta de que todo estaba a punto de irse a la mierda. La adolescencia y las hormonas completaban mi cuadro de ansiedad y confusión.
En el interior de la hamburguesería, sin embargo, se vivía un microclima que no tenía vínculos con el exterior. La gente comía con la abulia de siempre. Solo un grupete de adolescentes más o menos de mi edad hacían un poco de bullicio. Pedí un Big Mac, papas medianas y Coca-Cola, pero al primer bocado sentí que el estómago se me revolucionaba. ¡Lo único que me faltaba era que, justo ese día, me diera cagadera! O el terror siempre presente en todo puto pasivo a cagar la pija. Por precaución, dejé todo en la bandejita sin tocar.
A la hora indicada, ni señales de Marcos. Lo único que sabía de él era que tenía diecisiete años, que era delgado, de metro ochenta, blanco y que llevaría una camisa negra. Yo le había dado también mis señas: metro setenta y dos, cabello castaño claro, carita de nene, musculosa blanca, bermudas y ojotas. Con el transcurrir de los minutos, no pude evitar darles paso a los típicos fantasmas: ¿y si no iba? ¿y si era feo? ¿y si en realidad era un viejo verde?
Ya estaba a punto de huir cuando escuché su vocecita ceceosa a mis espaldas.
- ¿Ezequiel?
Me di vuelta y lo vi. Alto, flacucho, pálido, con la cabeza llena de rulos, mirada de pánico y la más hermosa de las sonrisas. Pero llevaba una remera verde.
- Es que la camisa negra estaba sucia.
Al toque me di cuenta de que estaba mintiendo. Pero ¡qué lindo me parecía! Aunque, como luego sugiriera Alicia S., supongo que me habría gustado incluso si hubiera sido narigón, rengo y castigado por el más pustulento de los acnés. De hecho, poco me importó que después me terminara confesando que pensaba dejarme plantado si no resultaba de su agrado.
Un par de palabras fueron suficientes para saber que aquel encuentro sería positivo para ambos. Marcos fue por su comida y, mientras hacía la fila, yo lo miraba sin poder creer en mi buena estrella. No era Jude Law, pero zafaba con honores... y tenía un culo digno de museo.
Cuando regresó con su bandeja, opté por darle una oportunidad a mi despreciada hamburguesa y charlamos largamente como si nos hubiéramos conocido desde siempre. Pasado ya un buen rato, después de la tercera o cuarta Coca-Cola, el sexo volvió a copar la conversación.
- ¿Vos ya cogiste alguna vez? -le pregunté casi en susurros y recostándome sobre la mesa para asegurarme de que nadie más me escuchara.
Marcos abrió grandes los ojos y negó con la cabeza. En determinadas circunstancias, ese tipo de intimidades uno no se anima ni a decírselas a sí mismo.
- ¡Pero estoy que me vuelvo loco! -agregó con una sonrisa que me derritió.
- Y ¿no te da miedo?
- ¿Qué cosa?
- Que te la metan. Eso debe doler.
Escondió las manos entre las piernas, encogió los hombros y alzó la mirada como buscando una respuesta impresa en el cielorraso.
- Tenés razón: mejor te cojo primero yo a vos.
Los dos largamos la carcajada pero, al mismo tiempo, sabíamos que estaba hablando en serio. Seguimos en la misma tesitura (hablando de culos, pijas, mamadas y todas esas cosas que no conocíamos más que en teoría) y el calor se nos manifestaba en la cara y la expresión. Yo sentía que las mejillas me quemaban y a él las orejas se le habían puesto como tomates. Hasta que no pudo soportarlo más.
- Agachate y mirá debajo de la mesa -me dijo.
Se había puesto de costado, girado hacia la pared. Con los ojos me hacía señas hacia abajo. Supuse que se le había parado y que quería mostrarme el bulto debajo del pantalón. Yo me moría de vergüenza pero fue tanto lo que insistió que al final le hice caso.
¡Menuda sorpresa me llevé! Por debajo de la mesa, Marcos se había abierto la bragueta y me mostraba la verga sin inhibiciones, orgulloso y desbordado de calentura. El corazón se me salió del pecho. Se me cortó la respiración. No sabía si seguir mirando su pija o cerciorarme de que nadie más la viera. Tuvo que darme un golpe con el pie para que saliera del pasmo.
- ¿Te gusta?
¡Claro que me gustaba! Pero solo pude responderle con un movimiento de cabeza (esas cosas tampoco suelen declararse abiertamente). Me había gustado y me había contagiado la erección. Cuando puso su mano sobre la mía, una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo y entonces supe lo que tenía que hacer. Sin mayor disimulo, me puse de pie y le ordené:
- ¡Vamos!
Apenas esperé a que se acomodara la ropa y metiera su cosa dentro de los calzoncillos. Lo tomé de la mano y lo guié hacia las escaleras que llevaban al primer piso. Él me seguía un poco aturdido pero anhelante.
Entramos en el baño, inusualmente desierto. Como si estuviera acostumbrado a ese tipo de situaciones, fui directamente a uno de los retretes con Marcos aún de la mano y, cuando los dos estuvimos dentro, cerré la puerta de modo mecánico, me di vuelta, lo enfrenté y le di el primer beso de mi vida.
Húmeda y ardiente, mi lengua irrumpió entre sus labios y desató el estallido de la piel tan esperado.
Y de ese estallido surgió el Zekys que hoy conocen. Este que soy ahora. El que fue parido adolescente por la fuerza del deseo. ¿En qué momento mis manos se apoderaron de su verga? ¿Cuándo habían desaparecido mis bermudas y su pantalón? ¿En qué momento me arrodillé frente a él para empezar a tragármelo con torpeza? Regresé a la realidad cuando ya estaba en plena tarea y Marcos era una fuente de jadeos incontenibles. Como siempre, la teoría me la sabía de memoria. Pero la enciclopedia de mi padrino no decía qué hacer cuando la pija te obturaba la garganta. Hice lo que pude. Modestia aparte, talento para esas cosas es lo que siempre me ha sobrado. A los pocos minutos, Marcos acababa dentro de mi boca con un quejido apenas contenido. El sabor agridulce de su leche detonó mi propia erupción y, en aquel retrete impecable del Mc Donald's, mi semen conoció el placer de la libertad. Luego sonreímos. Teníamos buenos motivos para hacerlo. Él me ayudó a ponerme de pie y, semidesnudos como estábamos, volvimos a besarnos largo rato.
Las risotadas de otros flacos que entraban en el baño nos rescataron del ensueño. Quedaron mudos cuando nos vieron salir del retrete como si nada. Y volvimos a escuchar sus risotadas mientras bajábamos las escaleras.
Al día siguiente, el país entero comenzaba a desbarrancarse. Más protestas en las calles, muertes en la Plaza de Mayo, estado de sitio y un presidente que huía en helicóptero de la Casa Rosada, mientras en un pequeño cuarto de La Plata, Marcos y yo completábamos nuestra primera aventura.
Pero eso se lo cuento otro día.
WOWWWWWW !!! Madre mia... Cuantos recuerdos jajaja. Aun recuerdo cuando cuando por pura casualidad y sin saber como, llegue a esta pagina y a los magicos relatos de ZekYs, y automaticamente me enganche a ellos como si de una droga se tratase. Tengo que reconocer que por aquella epoca yo era un pardillo que apenas habia tocado otra pija que no fuera la mia, y que gracias a los apasionantes Relatos Ardientes, rompi mis moldes, porfin me anime a tener mis primeras relacciones serias con mis follamigos !!!!
ResponderBorrarEn serio mis relatos sirvieron para ayudarte a dar el gran paso???? juas
ResponderBorrarTelo Juro por Dior ZekYs !!! Yo por esos años vivia en un mundo extrictamente heterosexual, y no sabia absolutamente nada de lo apasionanate que seria dar el paso, y rendirme a la evidencia de que yo lo que necesitaba era un buen salami. Tus relatos para mi fueron en aquellos tiempos como un salto al renacimiento que cambio mi vida para mejor.
BorrarGuau!!!!!! Qué fuerte esto que decís. Me deja un poco perplejo. Boquiabierto. No pensé que un simple relato pudiera tener tanto poder. En cierta medida me deja preocupado enterarme de esto jeje
BorrarTus relatos siempre me han puesto muy caliente, aunque cuando empecé a leerlos yo ya hacía tiempo que disfrutaba de las pijas agenas...
ResponderBorrarUn abrazo.
Uff, hace tanto que leí este por primera vez, y la relectura me gustó tanto como la primera vez, salvo que ahora ya conozco todas esas sensaciones y en esa época sólo podía imaginármelos...
ResponderBorrarJamás van a ser conscientes del sacudón emocional que me provocan este tipo de comentarios. Para mí, estos relatos son solo eso: relatos. Tal vez un desahogo personal (que por algo los he escrito). Pero el saber que han sido tan importantes para algunos me da un poquito de miedo jeje. Porque es una responsabilidad que tal vez me exceda, aunque no por eso la eluda o no me cause orgullo. Solo espero seguir estando a la altura, je. En todo caso, gracias a todos por tanto cariño.
ResponderBorrarHistorias e imágenes maravillosas!
ResponderBorrarPrecioso ZekY's !!! Reconozco que el relato me ha emocionado tanto o más que cuando lo lei el primer dia !!!
ResponderBorrarBesitossss !!!!
Este relato cada vez me resulta más conmovedor, quien pudiera volver a esos años en que aun està todo por descubrir...
ResponderBorrarUn abrazo
Gracias por los comentarios. En esta semana se viene un nuevo episodio de aquella saga.
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