Había prometido publicar este relato hace dos semanas, pero al redactar la primera versión no quedé satisfecho con los resultados y decidí reescribirlo. Espero que la espera haya valido la pena. Está inspirado en la historia que me hizo llegar su protagonista y ojalá resulte de su agrado. Pasen y lean.
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Dedicado especialmente a nuestro querido Juanjo Madrid y a Carlos Vacacela Zerga, que han reclamado efusivamente el retorno de los relatos a BANANAS.
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— ¡Ves que sos un ortiva! —se burlaba Batuque, tratando de que su voz sonara risueña, pero sin poder ocultar la frustración y cierto enojo.
La discusión ya era vieja y se reeditaba cada vez que los paquis se pasaban con el alcohol.
— ¿Y por qué el ortiva soy yo? ¿Por qué no me chupan la pija ustedes a mí? —contraatacó Mateo.
— ¡Porque a vos te va la verga y a nosotros no!
Los cinco se conocían desde el jardín de infantes y, cada cual a su modo, consideraba que la amistad existente entre ellos era y debía ser siempre inquebrantable. Con una botella de cerveza en la mano, Batuque enfrentaba a Mateo mirándolo fijamente a los ojos. Sabía muy bien que eso a Mateo lo incomodaba. A su derecha y esperando la cerveza, estaba Ulises, el genio maléfico del grupo y dueño de casa. A su izquierda, Nacho, el facherito de la banda. Junto a Mateo estaba Joaquín, pero eso no significaba que tuvieran una postura común frente al debate. De hecho, Joaquín todavía era virgen y estaba bastante interesado en la propuesta de Batuque. Sobre todo, después de haber vaciado entre los cinco una media docena de birras, cuyos envases vacíos formaban una especie de trinchera frente a Mateo.
En sí, el planteo era sencillo: cuatro adolescentes, poco habituados a usar sus respectivos miembros viriles para otra cosa que no fuera mear, reclamaban la solidaridad oral del único gay del grupo, Mateo, que… (¿cómo decirlo sin que suene a juicio?) … estaba más entrenado que sus amigos en las lides sexuales.
Él siempre había sabido que le gustaban los chicos y llegado el momento supo asumirse sin culpas. Ya en el jardín de infantes era “demasiado lindo para ser varón”, al decir de las comadres del barrio. Enormes ojos color azabache, largas pestañas, naricita respingada, labios delicados, sonrisa amplia y un hoyuelo profundo en cada mejilla. En una escuela pública del Gran Buenos Aires, eso era como tener un pasaje gratuito y casi obligatorio para el tren fantasma del acoso escolar. La primera vez que le gritaron PUTO ni siquiera sabía lo que eso significaba, pero cuando el epíteto fue seguido por un golpe supo que no era precisamente un halago. Sin embargo, el putito no se amilanó y devolvió el puñetazo con convicción. Aun así, la convicción a veces no alcanza y los dos grandotes que lo atacaban terminaron dándole una paliza que quizás habría terminado muy mal si no hubieran llegado a tiempo sus amigos. Tenían tan solo seis años y una certeza: “Si tocan a uno, nos tocan a todos”. Y a lo largo de la infancia razones no faltaron para honrar sus convicciones. Mateo no fue el único acosado: Nacho era un niño gordo, Ulises era judío, Batuque era muy bruto y Joaquín era demasiado bueno. Todos en su momento necesitaron de la ayuda de los otros cuatro. Y con esa ayuda, con el correr de los años, cada uno fue superando sus dificultades. Nacho se transformó en un adolescente atractivo (horas y horas invertidas en el gimnasio). Ulises había desarrollado un intelecto agudo capaz de neutralizar las burlas antisemitas del entorno mediopelo en el que crecía. Batuque (que recibió ese apodo por su marcado mal humor, por su “cara de perro”) había aprendido a controlar en gran medida su temperamento y había descubierto cierta aptitud para las matemáticas, aun cuando siguiera escribiendo “ojos” con h. Y Joaquín… bueno… Joaquín siguió siendo “un pan de dios” al que solían llamar “el angelito”.
Seis meses atrás, como muestra de confianza hacia sus amigos, Mateo les había hablado de su condición sexual. Un tanto obligado por las circunstancias, eso sí. Había debutado con un compañero de la escuela (supuestamente paqui) y el muy canalla, a modo de trofeo, hizo circular por las redes una foto de Mateo chupándole la pija. Ante el escándalo, sus cuatro amigos estuvieron incondicionalmente de su lado y en ningún momento cuestionaron su sexualidad. Muy por el contrario, bastó que Ulises sugiriera que “el mal nacido tiene que pagar” para que Batuque y Nacho decidieran “cobrarse” con un par de dientes. Para lamento del mal nacido, el primero en encontrarlo fue Batuque, el chico rudo que tanto te resolvía una integral como te tatuaba brutalmente sus nudillos en la cara. Obvio que hubo consecuencias: los cinco recibieron medidas disciplinarias; Batuque por ser el autor material y los otros cuatro por reconocerse como autores intelectuales de la golpiza. Todos para uno y uno para todos.
Esa experiencia afianzó aún más los lazos entre los cinco amigos. Pero, de todas maneras, el grupo era por demás heterogéneo y muchos los consideraban una piara de perdedores. Al decir de la hermana mayor de Ulises, eran “unos cerdos con la sangre caliente y el pito frío”.
La burla era mordaz pero no del todo errada. Al menos en tres de los cinco casos. Nacho atraía a las féminas como la miel a las moscas y Mateo, luego de su salida obligada del armario, con su carita de nena y su culito esponjoso, surtía el mismo efecto entre los gays de los alrededores (sobre todo entre los señores mayores padres de familia). Sin embargo, los demás tenían serios problemas a la hora de intercambiar fluidos. De partida, el pene de Joaquín todavía estaba para estrenar. No es que fuera un chico feo (más bien todo lo contrario) sino que era tan tímido que cualquier interacción con otro ser humano desataba su ansiedad. Solo se sentía relajado en compañía de sus cuatro amigos. Ulises no era virgen pero solo había tenido sexo un par de veces con una especie de novia pasajera que terminó la relación del modo más cruel que pueda imaginarse: le dijo que era un “pito corto”. ¡Mina maldita! Está bien que Ulises no era, ni de lejos, Zac Efron, pero tampoco era Quasimodo. Y aunque así hubiera sido, romper el vínculo aludiendo a la escasez material de su miembro viril habría merecido otra golpiza, aun cuando se tratara de una mujer. A Batuque le pasó la idea por la cabeza, pero sus principios morales básicos le impidieron actuar según su instinto. Él sí era feo. A los diecisiete años, ya era una mole de metro ochenta de altura, peludo como mono, facciones rígidas, manos gigantes y una incipiente calvicie que le daban un aspecto avejentado. No era virgen gracias a la compasión de su hermano mayor, que lo llevó a debutar con una prostituta (lo hizo después de que se supo lo de Mateo y por miedo a que su “hermanito” también le saliera “raro”). Más allá de esa experiencia, Batuque carecía de interacciones humanas de la cintura para abajo. Él era bien consciente de su condición y parecía aceptarlo con naturalidad y resignación, si bien reprimía calladamente un gran rencor hacia la madre naturaleza.
Así las cosas, la adolescencia les estaba pasando por encima como a cualquier hijo de vecino, aunque cada uno de ellos sintiera en su fuero interno que era el ser más desdichado del planeta. Por eso, de tanto en tanto, se entregaban al alcohol con la peregrina idea de ahuyentar a sus fantasmas y lo único que lograban era incomodar a Mateo, rogándole que, al menos, les chupara la pija. Y el más insistente solía ser Batuque.
— Escuchame, Maty. ¿Vos querés que yo también te la chupe? ¡Te la chupo, chabón! Pero no te va a gustar porque eso no es lo mío. Yo veo otra poronga y se me revuelve el estómago. Pero si insistís, te la chupo.
— Sos un pelotudo, Batu. ¡Buscate una mina si querés un pete! ¿Por qué yo?
El alcohol abrió una ventanita de pena en la mirada de Batuque y, libre de las barreras de conciencia, dio con un argumento que hizo tambalear las defensas de Mateo.
— Porque a mí las minas no me dan ni la hora… Y porque vos sos mi amigo…
Palabras de las que se aferró Ulises para asestar el golpe final a las reticencias del interpelado.
— Si no se la podés chupar a un amigo —dijo—, no se la podés chupar a nadie.
Con el tiempo se sabría que la frase no le pertenecía, pero esa es historia para otro momento.
Mateo permaneció en silencio, paseando la mirada por la mirada de sus amigos. La de Batuque era casi una súplica. La de Ulises era desafiante. La de Nacho indiferente y la de Joaquín ansiosa. Con escuetas intervenciones de los demás, la voz cantante la había llevado Batuque. Pensó en chupársela solo a él pero estaba claro que los otros también iban a querer. Lo que había dicho Ulises no carecía de verdad, pero Mateo jamás había visto a sus amigos como posibles garches. Salvo a Nacho. Pero siempre había reprimido esas fantasías. ¿Y por qué las había reprimido? ¿Acaso sus amigos no eran chicos como todos los demás? Eran paquis, sí, pero eso no era impedimento. Ya se había bajado los calzones con dos que se juraban heterocuriosos. Y tenía muy presente a otro con el que fantaseaba bajárselos en cuanto tuviera la oportunidad. ¿De dónde había salido aquello de que los amigos no tienen sexo? Un mandato patriarcal, sin duda. Y como tal debería despertar su espíritu rebelde… Sin embargo, en su corazón tenía la certeza de estar siendo chantajeado, de estar siendo manipulado para entrar en un terreno donde solo podría sentirse incómodo. Porque seguro que esos cuatro debían ser muy malos en la cama. A Mateo le gustaban los tipos grandes, los que se saben mover y son garantía de buena cama. Las veces que había garchado con pendejos de su edad había sido una pérdida de tiempo. ¿Qué garantías tenía de que con sus amigos no sucediera lo mismo? Con el agravante de que a sus amigos los seguiría viendo; no los podía bloquear en el WhatsApp y las redes sociales. Dura decisión.
Finalmente, urdió un plan descabellado que, en el momento, se le presentó como una salida salomónica.
— Ustedes son conscientes de lo que me están pidiendo ¿no?
Era una pregunta retórica y sus amigos la tomaron como tal.
— Me piden que les chupe la verga y seguro que después van a querer garchar también.
La mirada de Nacho se iluminó. Ulises se mantuvo impasible y Batuque cerró los ojos, obligado por el alcohol. Joaquín se removió en su sitio como si estuviera incómodo.
— ¿Y yo qué gano con todo esto?
— No entiendo… Vas a chupar pija… Y a vos te gusta la pija —respondió Ulises, gélido.
— No todas —mintió Mateo— Ustedes la van a pasar genial y yo…
— ¿Creés que la vas a pasar mal? —intervino Nacho.
— Es lo más probable.
— ¡Pero somos cuatro! —se envalentonó el único facherito del grupo y se llevó la mano hasta el paquete— ¡Entre todos te tenemos que hacer gozar a vos también! O eso creo…
— Prejuicios machistas: a todos los putos nos gustan todas las pijas y no cabe la posibilidad de que cuatro machos no garanticen satisfacción.
— No sicopatees. —protestó Ulises.
— Vamos a hacer una cosa: para que vean que soy buen amigo, se las voy a chupar y vamos a coger…
Los cuatro se entusiasmaron y manifestaron su júbilo con gritos y carcajadas.
— … pero les doy hasta la medianoche para hacerme acabar…
Los festejos se acallaron de golpe. Mateo miró el reloj.
— Son las diez de la noche. Si alguno me hace acabar antes de las doce, prometo coger con él, durante toda la semana, todas las veces que quiera. Pero si ninguno lo logra, no se vuelve a hablar del asunto NUNCA MÁS. ¿Hacemos trato?
Un silencio sepulcral invadió la habitación. Batuque había recuperado la lucidez, Ulises miraba con desconfianza, Nacho no disimulaba su incertidumbre y Joaquín hacía tamborilear los dedos sobre las rodillas. Durante interminables segundos nadie dijo nada y fue Ulises el que retomó la iniciativa:
— ¡Trato hecho! ¿Empezamos ya mismo?
Se puso de pie y empezó a abrirse la bragueta.
— ¡Momentito! —vociferó Mateo con autoridad— Hay otra condición: ni sueñen con que se las toque si no se la lavan primero. Soy puto pero limpito.
Los cinco rieron y dieron rienda suelta al buen humor mientras los cuatro paquis se turnaban para ir al baño a higienizarse. Entre tanto, Mateo abrió la séptima cerveza y bebió un trago del pico.
— Me estoy calentando… —dijo, cuando Ulises entraba al cuarto con los calzones en la mano.
— Si te vas a calentar, mejor tomá con mi pico.
Fue el inicio de la acción. Mateo apartó las botellas vacías, se puso de rodillas frente a él, se quitó la remera, apoyó las manos en sus piernas y buscó el glande circuncidado con la lengua. Olía a limpio tal como había ordenado. Estaba flácido todavía y apenas se lo distinguía entre el frondoso pelambre renegrida (“La hija de puta de su novia tenía razón” pensó). Las bolsas de los testículos colgaban y se bamboleaban suavemente entre las piernas abiertas de Ulises. Apenas un par de lamidas fueron suficientes para despertar el pene dormido. Poco a poco fue tomando volumen y cuando Mateo se lo introdujo en la boca ya tenía una rigidez aceptable. En ese momento, entró Batuque y, ante la escena, se empezó a pajear mientras maldecía y bendecía al cielo en la misma frase. Se abrazó a su compañero y, entre bromas, acercó su verga a la boca de Mateo.
— De a poco. De a poco. —protestó éste último— Que tampoco se las puedo mamar a los cuatro al mismo tiempo. Cada cual en su turno.
Batuque hizo otra broma y se alejó un poco para darle un trago a la botella de cerveza que había quedado en el suelo. Cuando llegó Nacho le hizo seña para que él también esperara su turno.
— Son órdenes de la madama. —aclaró.
Mientras Mateo se la chupaba, Ulises se terminó de desnudar. Su físico esmirriado en verdad que no llamaba a la lujuria, pero hay que reconocer que le otorgaba mayor relevancia al tamaño de la verga. Batuque también se desnudó, pero, al contrario de su amigo, su cuerpo enorme le restaba lucimiento al miembro que, en otro físico, habría tenido más impacto. Apenas lo vio desnudo, Mateo lo tomó de la verga y lo acercó hacia sí, dando por terminado de momento el turno de Ulises. Batuque soltó un bufido de placer al mero contacto del glande con la lengua de su amigo mamador. Nacho y Ulises lo alentaron a contener el lechazo al menos por dos minutos y siguieron las chanzas mientras compartían lo que quedaba de cerveza. Entre tanto, los tres pudieron comprobar que Mateo era bueno en lo que hacía. Nacho se desnudó y los dos paquis admiraron entre risas su físico trabajado. Mateo no soltaba todavía la verga de Batuque, pero estiró la mano hacia un costado y rápidamente encontró el falo que todavía no se había llevado a la boca. No necesitó mucho masaje para ponerlo duro como piedra. Cuando lo hubo logrado, se tragó la pija que tenía en la boca hasta el fondo y, con un truco que le había enseñado un puto viejo hacía un tiempo, casi logra que Batuque vaciara sus pelotas contra su voluntad. El truco consistía en tragarse la verga bien a fondo y masajearla con los músculos de la garganta, haciendo el mismo movimiento que se hace al tragar. No era algo que pudiera hacer cualquiera. Se necesitaba mucha práctica y autocontrol. Pero los resultados podían ser gloriosos para el beneficiado (en este caso, Batuque). El éxito de la maniobra fue evidente, puesto que Batuque emitió un rugido violento y, entre puteadas, sacó la pija de la boca.
— ¡Guacho! ¡Me querés hacer acabar enseguida para que no me gane el premio! Jajajajaja.
A lo cual Mateo respondió con malicia, al tiempo que se inclinaba ya sobre la verga de Nacho:
— Si de ustedes depende, lo más seguro es que me mantenga virgen por el resto de la semana.
— Vos lo único que tenés virgen es la chota. —gruñó el aludido, un poco risueño y otro poco ofendido.
Mateo se tragó la poronga de Nacho y se tomó el tiempo de degustarla con placer. Nacho sí lo calentaba. Hasta ese momento, nunca se había atrevido a admitirlo (ni aun para sí mismo) pero el cuerpo de su amigo era muy atractivo. Pasaron algunos minutos antes de que continuara con la charla:
— No creas que la tengo tan virgen. —le respondió a Batuque— Con algunos me gusta el ida y vuelta.
Ulises festejó la respuesta dándole un largo trago a la botella y agregó:
— ¡Entonces vamos a tener que estar alertas! No sea cosa que nos quiera atacar por la retaguardia jajajaja.
— Vos no corrés peligro… el gordo tiene mejor culo. —bromeó Mateo, dándole un breve descanso a la verga que lo mantenía ocupado.
— Mejor voy por otra birra. —murmuró Batuque poniendo cara de asustado y cubriéndose el trasero con ambas manos.
— ¡Apoyo la idea! —dijo Nacho con voz jadeante— Y de paso fíjate que fue de Joaquín, que todavía no salió del baño.
Tan entusiasmado estaba Mateo con la pija y el cuerpo de Nacho que había olvidado por completo a Joaquín. Lo había visto varias veces desnudo en los vestuarios del club donde los cinco jugaban al fútbol y, a pesar de su delgadez, tenía un cuerpito bien proporcionado que, en las presentes circunstancias, le gustaría explorar de cerca. Aunque la verga y las piernas velludas y musculosas de Nacho acapararan de momento toda su atención.
Desde el baño se escuchó entones la voz de Batuque.
— ¡Pero no seas boludo! —vociferaba— ¡Somos todos amigos y la estamos pasando bien!
Estaba claro que el nene bueno se estaba echando atrás. Mateo se sacó la carne de la boca y se dirigió a Ulises.
— Andá a decirle de mi parte que no sea pelotudo y que venga. Que yo quiero que él también participe.
Ulises partió a cumplir con su misión. Mientras Mateo seguía con su mamada, Nacho también planteó sus reparos:
— No es que me queje… pero ¿vos estás seguro de esto?
Mateo le dedicó una mirada condescendiente.
— Si no estuviera seguro no te la chuparía con tanta gana. ¿O es que no te gusta el pete?
Nacho sonrió y elevó la mirada hacia el techo.
— ¡Ni las minas me la mamaron nunca de esta manera!
— Las minas no saben chupar pijas.
— Después de esto, creo que te voy a creer.
Entonces regresaron los otros tres. Con una mano, Batuque sostenía una botella de cerveza y, con la otra, el brazo flacucho de Joaquín. En el otro flanco, Ulises hacía lo mismo. En el medio, Joaquín estaba pálido como un fantasma y entre las piernas la pijita casi había desaparecido. Tal como lo recordaba Mateo, tenía un cuerpo delgado pero bien esculpido. La típica imagen de esos niñatos marcaditos que gustan de hacerse selfis frente al espejo del baño. Pero al contrario de ellos, Joaquín estaba asustado. ¿De qué? Todavía no lo sabían.
— ¡No me digas que me ibas a dejar solo con estos tres degenerados! —le dijo Mateo con intención de animarlo. Pero Joaquín permaneció mudo de tan aterrado.
Mateo le pidió que se sentara junto a Nacho. Con delicadeza, le acarició las piernas, las rodillas, los muslos. Estaba muy tenso. Sobre todo, porque el neandertal de Batuque no dejaba de burlarse y carcajearse ruidosamente. Su piel era muy suave y blanca. Apretaba las manos sobre la entrepierna y su mirada deambulaba por los rincones del techo. Las tetillas estaban apretadas como si tuviera frío y todo su cuerpo tiritaba de igual modo. Pero era pleno verano y el ventilador de la habitación de Batuque no alcanzaba para refrescar el ambiente. Mateo siguió con las caricias, ignorando al resto de la banda, que no cesaba de hacer bromas pesadas y de tomar cerveza. Se inclinó sobre los muslos de Joaquín y apenas rozó sus labios contra la piel pálida de su amigo, éste se removió incómodo en su sitio. Aun así, Mateo continuó con sus besos y fue subiendo hacia la entrepierna. Por un instante pensó en la inconveniencia de aquella situación. Tal vez fuera mejor dejar que Joaquín se fuera. ¿Acaso no lo estaban obligando a hacer algo que él no quería? Si fuera así, ¿qué diferencia había con una violación? La idea lo detuvo justo cuando su aliento llegaba a los testículos. Fue una milésima de segundo durante la cual estuvo dispuesto a abandonar la tarea. Pero en ese momento, Joaquín desenlazó las manos y apareció una erección potente que hizo estallar el júbilo de sus compañeros. El rostro de Joaquín se distendió de repente y hasta se iluminó con una sonrisa cuando Mateo engulló su verga.
No es que fuera muy grande, pero era la más gorda de las cuatro. La más larga era la de Nacho, recta y casi perfecta. La de Ulises no era gran cosa y estaba doblada hacia la izquierda como si estuviera fracturada. La de Batuque, en cambio, estaba arqueada hacia abajo, lo cual le daba un aspecto tristón. Mateo se entusiasmó con la pija de Joaquín y la chupó hasta que sus otros amigos protestaron. Entonces los hizo poner de pie, uno junto al otro, y se las fue chupando por orden. No era una tarea desagradable, pero Mateo sentía que se aburría. Por más que lo intentara, no lograba calentarse con sus amigos. Quizá se había excitado un poquito con Joaquín. Y con Nacho un poco más. Pero de ninguna manera podía compararse con sus anteriores experiencias.
— Si todos los putos tuvieran un culo como el tuyo, creo que les prestaría más atención. —comentó Nacho, mientras gozaba de su turno en la mamada y de la vista del trasero de su amigo.
Mateo se sacó la pija de la boca y, mirando a los cuatro con esos ojos enormes, hizo su reclamo:
— Si tanto les gusta mi culo, háganselo saber. Al pobrecito nadie lo atiende.
Batuque y Ulises se miraron y rieron como idiotas. Y por gracia de alguna especie de comunicación telepática, chocaron sus vergas como si fueran sables, se ubicaron detrás de Mateo y le bajaron el pantalón y el calzón, que todavía llevaba puestos. La piel morena de las nalgas de Mateo deslumbró a los cuatro. Entre chistes que pretendían disimular la calentura, Batuque se animó a tocarlas y el placer se tradujo en un salto repentino de su verga. Las nalgas de Mateo eran esponjosas y sintió el deseo de seguir magreándolas por siempre. Ulises lo imitó y experimentó la misma sensación. Él, que solía ser tan racional, se dejaba llevar ahora por la tersura de un culo de varón. “Uno nunca llega a conocerse” dijo para sí mismo al tiempo que deslizaba un dedo hacia el hoyito de Mateo.
— Si me la van a meter, pónganle saliva. No sean boludos. —advirtió Mateo.
En realidad, ninguno de los dos había pensado conscientemente en eso, pero el aviso puso la idea en sus cabezas de inmediato. Intercambiaron miradas a modo de sorteo para ganar el primer turno y un gesto con la cabeza de Batuque indicó que cedía el lugar a su compañero. Mateo pasó de la verga de Nacho a la de Joaquín nuevamente, terminó de desnudarse y puso el culo en pompa, listo para la penetración. No tuvo en cuenta la inexperiencia de sus amigos y pasó por alto la conveniencia de un instructivo más específico. Ulises parecía confiado cuando se acomodó detrás de él. De todos modos, sonreía con cierto nerviosismo. En un primer intento, asentó sus rodillas a los costados de las pantorrillas de Mateo, pero tuvo la impresión de que esa sería una postura incómoda. Separó entonces las piernas de Mateo y plantó sus rodillas entre ellas. Quizás así estuviera mejor. Se ensalivó la palma de la mano y embadurnó su glande. Un segundo escupitajo sirvió para el resto de la pija torcida. Más allá de las apariencias, en su interior sentía una calentura y un nerviosismo como jamás había experimentado. No se trataba de su debut sexual y, sin embargo, actuaba como un novato. Apoyó la verga entre las nalgas de Mateo y con un dedo trató de encontrar el agujero. Sus amigos lo observaban con expectación y, sin dudas, era eso lo que lo ponía más nervioso. ¡Tanto que no podía encontrar el maldito ano! Mateo tuvo que ayudarlo. Sin desatender la pija de Joaquín, estiró una mano hacia la de Ulises y la ubicó en la entrada de su recto. No era la primera vez que lo hacía. Parece que a los chongos les cuesta encontrar el esfínter de las maricas tanto como el clítoris de las mujeres.
— ¿Ahora? ¿Ya? —preguntó Ulises, inexplicablemente desorientado— ¿Cómo hago?
— ¡Metésela, pedazo de forro! ¿Nunca viste una porno?
Nacho se había puesto impaciente, pero su arenga sirvió para que Ulises retomara el control. Calzó la verga firmemente contra el esfínter de Mateo y empujó sus caderas hacia delante. Desde su perspectiva, la pija tenía un aspecto desagradable. La fractura impedía que la introducción fuera fluida y tuvo que acomodarse un poco de lado para que entrara bien. Fue un movimiento brusco y Mateo acusó recibo con un quejido y un mohín de desagrado. Pero ya estaba dentro y se sintió triunfador. La sensación era única. Al parecer, el culo de un varón es más estrecho y cálido que la vagina de una mujer. Eso le gustaba y casi por instinto empezó a moverse y a disfrutar.
Mateo sintió un fuerte ardor. No era la primera vez. Casi siempre le pasaba. Pero solo al comienzo. Después el culo se amolda y ya no duele. Sin embargo, esa vez su cabeza estaba en otro lado. La relajación no le resultaba sencilla. Siguió chupando la verga de Joaquín, seguro de que el dolor ya pasaría, pero lo cierto es que esa vez ni siquiera se le había puesto dura. Cosa rara porque acostumbraba tener una erección ni bien le tocaban las nalgas. De reojo observó el reloj, vio que ya eran las once menos cuarto y puteó para sus adentros (“Habría jurado que ya había pasado por lo menos hora y media”). Ulises entraba y salía de su culo y el dolor no cesaba. (“El muy boludo no la debe haber ensalivado bien”). Se quitó la verga de la boca y se embadurnó la palma de la mano con saliva; esperó a que Ulises se saliera y se la lubricó como era debido.
— Si no la mojás bien, duele.
Trató de sonar amable (ni siquiera le dijo “boludo”), pero es posible que su tono haya sido de reproche. Ulises volvió a penetrarlo, pero había perdido convicción y terminó por cederle el turno a Batuque. Antes de que Batuque lo cogiera, Mateo le ensalivó la poronga del mismo modo en que lo había hecho antes con la de su otro amigo. Batuque fue más cuidadoso y entró poco a poco. Igual dolió, pero no tanto. Ya nadie gritaba ni hacía bromas. Solo se oía el resoplar jadeante de Batuque mientras entraba y salía y el chasquido sordo de los otros tres mientras se pajeaban. Mateo se había erguido, apoyando sus manos sobre sus rodillas y empinando las nalgas para que Batuque pudiera hacer a su gusto. Joaquín lo miraba como en trance y Nacho sonreía con cierta dificultad para impedir que la baba se escapara de su boca. A Ulises no podía verlo porque permanecía detrás de Batuque. Tal vez esperara con ansiedad el momento en que le tocara entrar en acción nuevamente.
El siguiente fue Nacho. Mateo se acodó sobre el sofá y se dejó penetrar libremente. El esfínter ya se había relajado y Nacho pudo entrar sin dificultades. Fue el único que se abrazó a su espalda y hasta es posible que le haya dado un beso tímido en la nuca. No lo sabía muy bien porque su mente estaba cada minuto más alejada de aquel cuarto. Nacho sabía hacerlo bien y tal vez eso lo ayudó a regresar a la realidad. Las manos de Nacho se aferraban a su cintura con cierta ternura. O al menos eso era lo que le hubiera gustado. Todo era tan confuso. Alguien le alcanzó la botella de cerveza y él le dio un generoso trago. El sabor fresco y amargo le hizo bien. Por un microsegundo, los pruritos morales se alejaron de su mente y pudo sentir sin atenuantes el roce de la verga en sus entrañas. Sin darse cuenta, dejó escapar el primer gemido. Cerró fuertemente los ojos y trató de imaginar cómo se vería la escena en su conjunto. Le dio otro trago a la botella y sintió el pecho de Nacho adosándose otra vez a su espalda. Sin detener su traqueteo, Nacho también necesitaba un trago. Mateo intentó poner el pico de la botella en su boca, pero le resultó imposible, de modo que le entregó el envase y se dispuso a disfrutar sin más ni más. La erección había llegado. Nacho lo había logrado.
A su lado vio las piernitas flacas de Joaquín y lo animó a sentarse frente a él, de modo que pudiera mamársela de nuevo. El chico no opuso resistencia y Mateo le comió la verga con delicia. Sin dudas, había llegado su momento de gozar. Batuque y Ulises se acomodaron a los flancos de Joaquín y se pajeaban deslumbrados por la acción que se desarrollaba ante sus ojos. El cuerpo de Joaquín estaba tenso pero su verga lo estaba aún más. Estaba callado y serio. Sin embargo, su expresión no podía disimular la satisfacción. Apretaba los labios para no gemir. Tal vez creyera que el corazón se le escaparía por la garganta si le daba la más mínima vía de escape. Cada uno de sus músculos luchaba por contener la eyaculación. La sentía con fuerza abriéndose paso en su entrepierna. Estaba sudado y no podía imaginar un placer más extremo que el que le llegaba a través de los labios de Mateo. Los testículos apelmazados eran lo único que podía ver de su aparato reproductor y, a un par de centímetros de distancia, los ojos de Mateo, enormes como nunca, parecían inyectarle una fiebre incontrolable que terminaría por estallar su carne en una erupción de leche. ¡Y no quería que eso sucediera! Aquel goce era mucho más de lo que jamás había imaginado y deseaba que nunca terminara. Sin embargo, la naturaleza tiene sus propias normas. Cuando sintió que el estallido ya era inevitable apartó a Mateo con violencia. Pero era demasiado tarde. El volcán de su entrepierna entró en erupción al mismo tiempo que de su boca surgía el gemido más estremecedor proferido por criatura alguna. Todos quedaron francamente impresionados y no les alcanzaban los oídos para acaparar en su conciencia ese grito cavernoso que huía del pecho de Joaquín, ni tampoco le alcanzaban los ojos para abarcar el inacabable torrente blanco que disparaba su verga.
— ¡Perdón! ¡Yo no quería! ¡Perdón! ¡Yo no quería! —comenzó a repetir, tomándose de la cabeza, avergonzado— ¡Perdón! ¡Yo no quería! ¡Perdón! ¡Yo no quería!
Desconcertados, nadie supo reaccionar del mejor modo. Batuque dijo alguna de sus pelotudeces habituales y empezó a pajearse con más fuerza. Ulises se quedó tieso con la certeza de que Joaquín ya no podría alzarse con el trofeo. Nacho empujó sus caderas hacia delante y se internó profundamente en el culo de Mateo. Allí permaneció por unos segundos, sin poder dar crédito a lo que acababan de ver sus ojos. Tenía restos de semen sobre su pecho, sobre sus brazos y sus manos. Y la espina dorsal de Mateo se había transformado en un cañadón por el que la leche de Joaquín se deslizaba lentamente. En tanto, Mateo (que había visto la erupción muy de cerca) experimentaba una extraña sensación de aturdimiento y deseo desbocado. Tenía la estaca de Nacho incrustada en el culo y una verga embadurnada al alcance de su lengua. Jamás volvería a pasar por una situación semejante. Casi por instinto, comenzó a menear las caderas rítmicamente y estiró el cuello para llegar hasta ese líquido blancuzco que recubría la pija de Joaquín. Lo lamió con detenimiento, sin prisa, degustando el sabor acre que encendía el fuego de su entrepierna. Con golosura, se tragó la verga hasta la base y consumió sus jugos hasta la última gota. Su carne ardía. Ahora sí. Y mientras Nacho recuperaba la movilidad entre sus nalgas, supo que (a pesar de ser objetivamente una locura) jamás podría arrepentirse de aquella experiencia. Solo recuperó la conciencia cuando los lamentos de Joaquín horadaron su placentera conmoción.
— ¡Perdón! ¡Yo no quería! ¡Perdón! ¡Yo no quería!
En un primer momento, no pudo comprender la causa de tanta aflicción. Pero al darse cuenta del porqué de la angustia de Joaquín, algo muy parecido a la compasión se abrió paso entre su circunstancial calentura y su habitual lujuria. Besó su verga con suavidad y luego su pubis y su vientre. Trató de calmarlo con caricias y palabras tiernas. Pero Nacho se movía a sus espaldas con renovada vehemencia y dificultaba la tarea. Un consuelo intermitente entre gemidos suele perder eficacia. Sin embargo, no se detuvo y, muy lentamente, tratando que Nacho no dejara de cogerlo, fue irguiéndose hasta quedar cara a cara con Joaquín. Los rítmicos chasquidos que precedían a cada leve sacudida de su cuerpo no fueron obstáculo para tomar el rostro de Joaquín entre sus manos y decirle que todo estaba bien. Cegado por su lujuriosa inconciencia, incluso estuvo a punto de besarlo. Y lo hubiera hecho, si no hubiera mediado el alarido de Batuque reclamando un nuevo turno para su erección.
No sin protestas, Nacho cedió su lugar y la verga de Batuque retomó la tarea. La sensibilidad de Mateo llegaba a instancias indescifrables y, si bien acusó recibo del cambio sustancial, supo encontrar disfrute en la nueva situación. Por más que lo intentara (y no estoy diciendo que lo hiciera) Batuque carecía por completo de la más elemental noción de sutileza (“Sos bruto con B de BESTIA” le decía Ulises). Sus manazas tomaron con fuerza las caderas de Mateo y toda la enorme mole de su cuerpo empezó a sacudirse en procura de placer. Los gemidos eran gruñidos en su boca de ogro. Las nalgas esponjosas de Mateo se perdían bajo el volumen de su panza. La escena era grotesca y, aun así, mantenía encendida la llama del deseo.
Cuando Joaquín finalmente dejó de pedir disculpas, Ulises ocupó su lugar y recibió el mismo tratamiento. Su verguita había recobrado su entusiasmo y estaba lista una vez más. Mateo le dio unas lamidas antes de tragarla y Ulises tuvo miedo de repetir el espectáculo de su antecesor en el puesto (“No sería tan abundante”, pensó, en relación a la cantidad de esperma). Miró el reloj y comprobó que ya eran casi las doce. “El gordo le está dando duro”, se dijo, “ya no tengo chances”. Su mente pragmática no le permitía disfrutar simplemente, sin cotejar pérdidas y ganancias. Y justo en ese instante, cuando ya daba todo por perdido, Batuque se echó hacia atrás con violencia y su verga liberada escupió lentamente una leche luminosa y blanca, muy espesa, que cayó al suelo en forma de enormes y pesadas gotas.
— No pude aguantar más. ¡Pero no estuve nada mal ¿no?
Sin esperar respuesta, se tiró al suelo y desparramó su humanidad entre las botellas vacías, casi como si la imagen fuera un resumen de sus fantasías secretas.
Con las esperanzas renovadas, Ulises se apresuró a ubicarse detrás de Mateo y lo penetró de nuevo. Esta vez, el esfínter ya estaba dilatado y no hicieron falta los trucos para entrar. Una oleada indescriptible de calor le subió a la cara desde las ingles. Pensando en el premio de la noche, hizo su mejor esfuerzo, pero lo único que consiguió fue acelerar su propio orgasmo. Con un quejido contenido, eyaculó dentro de Mateo. No quiso acabar fuera. En algunos aspectos de su vida, su autoestima no era tan alta y detestaba las comparaciones en las que no llevaba ventaja.
— Ya estamos sobre la hora. —se limitó a decir al separarse del trasero de Mateo. Para sus adentros, asumió que había perdido su oportunidad, pero jamás lo hubiera dicho en voz alta.
Presionado por la advertencia de Ulises, Nacho ocupó su lugar y, a pesar de la prisa, pudo ver la erección de Mateo y sintió que tenía chances de alcanzar el objetivo. Mateo tuvo la misma impresión. Sentir una vez más la verga de Nacho entre sus glúteos le reavivó la calentura. Nunca llegó a descifrar ese misterio, pero ya en ese instante sabía que entre los dos había una química muy especial. Nacho se movía con elegancia… Quizá fuera eso. O tal vez ese modo que tenía de combinar suavidad y violencia en un mismo empellón. Aunque tal vez fuera el gusto por los abrazos apasionados que ambos compartían. Tal como lo había hecho la primera vez, Nacho se había recostado sobre su espalda y, mientras lo rodeaba cálidamente con sus brazos potentes, le mordisqueaba la nuca. Una corriente eléctrica le recorría el cuerpo de pies a cabeza cada vez que lo hacía. Se penetrado de ese modo era, lejos, la mayor sensación de placer que jamás había experimentado. La única experiencia similar había sido con un señor “mayor”, que había conocido por WhatsApp y que le había dejado el culo adolorido y los hombros llenos de chupones. Nacho, en cambio, era más sutil pero no menos intenso. Tanto que Mateo estuvo a punto de perder la contienda. Nacho se movía en su interior y él ya no lograba contener los gemidos. Estaba realmente excitado y su cuerpo pedía más y más.
Buscó a Joaquín con la mirada y lo vio sentado en el otro sofá, contemplando el espectáculo mientras se masturbaba. Lo instó a acercarse. Quería su pija en la boca como antes. La de Nacho en el trasero lo estaba volviendo loco y, si tenía que perder la apuesta, quería que la locura fuera completa. Aun después de la volcánica acabada, Joaquín estaba al palo como si nada hubiera sucedido y, sin embargo, el aroma a semen lo delataba. El delicioso olor del semen que a Mateo le hacía perder la cabeza. Le chupó la verga con desesperación, mientras hacía grandes esfuerzos por no sucumbir a los empellones de Nacho. Pero el muy taimado hizo algo que no había estado en sus planes, ni en los planes de ninguno de los presentes.
Nacho abrazó a Mateo como ya lo había hecho antes, pero esta vez deslizó una mano hasta su entrepierna y empezó a masturbarlo mientras lo penetraba. Mateo presintió la hoguera que precede al orgasmo y todo su cuerpo se puso rígido. Sus manos se agarrotaron contra el pecho de Joaquín, su cuello se tensó como si estuviera poseído y, más allá de su voluntad y al borde de sus fuerzas, contrajo violentamente el esfínter como si de esa manera hubiera podido neutralizar los efectos del manoseo en su verga. Fue entonces cuando sus jadeos contenidos se confundieron con el quejido desgarrador y único de Nacho, quien (con el pene estrangulado por el culo de Mateo) se rendía ante la pasión y derramaba su leche en las entrañas de su amigo para finalmente dejarse caer al suelo, presa del agotamiento. Eran exactamente las doce de la noche.
En términos leguleyos, podía decirse que la contienda había terminado sin que ninguno de los cuatro paquis lograra su objetivo. Sin embargo, tras el orgasmo de Nacho, Mateo continuaba encendido y su culo dilatado experimentaba un vacío que necesitaba llenar. Quedaba solo una carta por jugar. Con elástica rapidez, se echó de espaldas sobre el sofá con las piernas abiertas y le ordenó a Joaquín que lo cogiera. El flacucho temeroso no se hizo rogar y metió su pija gorda entre esas nalgas que lo reclamaban. Entonces, desde alguna entraña desconocida hasta el momento para él, surgió una desmesura que marcó un antes y un después en su historia. Sus manos se aferraron como tenazas a los tobillos de Mateo y empezó a moverse con tal frenesí que sus amigos jurarían después que parecía endemoniado. Sorprendido pero feliz, Mateo soportó cuanto pudo las embestidas hasta que, derribada toda resistencia por el fragor de la cogida, estalló en una eyaculación memorable sin necesidad de masturbarse. Y al ver la leche cayendo sobre el vientre y el pecho de su amigo, Joaquín largó una segunda carga, pero esta vez en las entrañas de Mateo.
La calma que sobrevino después de la locura fue inmune al tic tac del reloj. Nadie pudo moverse durante un buen rato. Batuque, incluso, se quedó profundamente dormido. Mateo fue el primero en abrir los ojos. Diría después que le dolían hasta las pestañas, pero la sensación de saciedad lo acompañaría a lo largo de varias horas. Ulises lo contempló largamente sin emitir sonido. El primero en hablar fue Nacho:
— Me van a tener que pellizcar para convencerme de que no fue un sueño.
Mateo no lo pellizcó, pero le tiró los pelos de las piernas, que para el caso es lo mismo. Y sí, estaba bien despierto y todo lo que había sucedido era tan real como sus ganas de repetirlo.
— Al final no ganó nadie… —sentenció Ulises con no poca frustración.
Sin embargo, Mateo ya había decidido dividir el trofeo entre Nacho y Joaquín.
Hace poco publiqué un post en el que más o menos proponia esa idea del folla-amigo que se refelja en esa frase: «porque vos sos mi amigo… Si no se la podés chupar a un amigo, no se la podés chupar a nadie.» (que por cierto me gustaría saber de quien es).
ResponderBorrarFelicidades has conseguido ponerme recaliente y envidiar a Mateo, Nacho y, en especial, a Joaquin con quien me sentí muy identificado.
Muchas gracias.
Un abrazo
WOOOOOOOOO !!! BUENISIMOOOO !!! No se como seria el primer relato, pero desde luego la versión mejorada es una autentica delicia. Felicidades Zekys, lo has buelto a conseguir. Ni con el video mas cachondo, logro meterme tanto en la historia, como con tus relatos, te juro que es casi casi como gozarlas en primera persona. SOBRESASLIENTE !!! Ya me como las uñas, imaginando que hará Mateo con sus trofeos Joaquín y Nacho. Supongo que habra tema no??? jajaja....
ResponderBorrarPor cierto muchas gracias por la dedicatoria. Para mi a sido u verdadero honor. Un abrazo grande grande chicos !!!
MUCHOS BESITOSSS !!!!
Por favor, necesito más de Mateo, Nacho y Joaquín!!!
ResponderBorrar¡Apa! No pensé que hubiera pasado tanto tiempo desde que publiqué este relato. La segunda parte está escrita. Debe estar en algún archivo de Word en mi notebook. La voy a buscar y a revisar. Y si todavía me sigue pareciendo apta para la publicación, la podrás leer a la brevedad, juas.
BorrarMuac!
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