Hoy vamos a intentar matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, satisfacer los numerosos pedidos de aquellos bananeros que solicitan la publicación de los primeros relatos de Zekys. Por otro, ver si logramos incentivar a nuestro maridito para que retome la escritura de los relatos que dejó inconclusos.
Como verán, el primer relato nos parece muy inocentón, si lo comparamos con cualquiera de los que vinieron después. Así que Sony propuso adobarlo con algunas fotitos que le pusieran un poco más de "estilo BANANAS".
Esperamos que lo disfruten tanto como la primera vez que lo leyeron y esto logre que nuestro amado Bananero en Jefe se siente nuevamente frente a la computadora para desplegar su arte. Que estos relatos solo hay una persona que puede escribirlos como él.
Yo fui un niño ejemplar hasta los quince. Alumno modelo. Hijito obediente. Pasaba mi tiempo leyendo, estudiando, escribiendo y ayudando en las tareas de la casa. Sí, porque mi madre siempre quiso una nena y… ¿quién era yo para llevarle la contra? Será por eso que terminaron gustándome los hombres y adquirí una irrefrenable adicción a las bananas. Lo chistoso fue que mi querida madre, tan orgullosa que estaba de que yo planchara y cosiera como una señorita, me hizo la vida imposible a partir del momento en que por fin descubrió mis gustos. Pero para que les cuente esa historia falta todavía.
En verdad, mi vida era bastante sosa y aburrida. Siempre hacía lo que tenía que hacer, decía lo que tenía que decir y opinaba lo que se esperaba que un chico bueno como yo debía opinar. Pero podría decirles que el gran cambio se produjo cuando mi padrino me regaló la computadora.
Corría el 2001 y el gran quilombo que era el país por aquellas épocas contribuyó bastante. Con una computadora en casa y una línea de teléfono a mano, la conexión a internet se transformó en una tentación demasiado fuerte. Aun para un niñito tan obediente y responsable como yo. Al principio me conectaba para buscar material para la escuela. Nunca más de una hora diaria. Pero un día, un compañero de clase me contó que él bajaba fotos de mujeres desnudas y las escondía en carpetas ocultas.
Entonces se me encendió el morbo. Él se interesaba en desnudos femeninos, pero yo ya tenía la sospecha de que mis preferencias corrían por diferentes carriles. Y si en internet se podía encontrar fotos de mujeres, también debería haber de hombres. Bah, siendo honesto, a los quince años lo mío ya no era una sospecha sino una clara certidumbre.
Porque en realidad, antes de la llegada de internet, en mi vida ya había sucedido algo que me había esclarecido las cosas respecto de la sexualidad.>
Como buen chico aplicado, también era un pendejo informado. Mi padrino tenía una biblioteca muy bien surtida y, antes de que me regalara la compu, me encantaba pasar horas y horas en su casa leyendo.
Una tarde encontré una colección que no había visto antes. Era la “Enciclopedia de la Sexualidad” en tres tomos.
Las ilustraciones fueron un factor detonante. Soy hijo de madre divorciada y con padre ausente (el cóctel siquiátrico lo discutimos en otra oportunidad), hasta ya entrada la adolescencia no tuve amigos varones y el único contacto que tenía con otros muchachos se limitaba a mis compañeros de escuela, lo cual no era mucho: yo era el traga de la clase y, a pesar de ser en el fondo un chico normal, simpático y ocurrente (modestia aparte), mi afición al estudio me convertía en un personaje sospechoso y poco digno de confianza. Por eso digo que las fotografías despertaron en mí lo que en un principio parecía solo curiosidad. ¿Qué quiero decir con esto? A ver si me explico: ¡nunca había visto un hombre desnudo hasta los doce años! No sé cómo pudo ser posible pero juro que fue así. Mujeres a montones (en las películas, en las revistas) pero hombres ninguno. Bueno, sí, algunos tipos en cueros que me provocaban cosquillitas en la panza sí. Pero estoy hablando de tipos completamente en bolas. ¿Me explico? Y fue obvio que los hombres desnudos no me resultaban tan indiferentes como las mujeres. Si se me permite la expresión, con los hombres se me ponía dura.
Recuerdo como si hubiera sido hoy el primer encuentro con aquella enciclopedia que me ayudó a aceptar mi diferencia sin demasiada culpa (que para generarme culpas ya estaba mi madre, pero no quiero hablar de ella hoy). La portada misma era impactante: una familia muy hermosa y completamente sin ropas sonreía desde los claroscuros genialmente diseñados por el artista. Salvo un pequeñín de unos dos añitos, que aparecía con su pitito al aire, en realidad no mostraban nada “íntimo” y no creo que sea necesario aclarar que el único que me interesaba era el papá. El señor apenas dejaba sospechar la curva de sus glúteos pero eso fue más que suficiente para que se me acelerara el ritmo cardíaco y se despertara mi entrepierna (una cosita de nada porque a los doce todavía no había mucho para despertar). Había tomado el tomo I con gran curiosidad y lo abrí con nerviosismo. Lo hojeé rápidamente, con avidez, y sufrí entonces una gran decepción: todas minas y pendejitos. ¡Ni un solo tipo digno de ser admirado! Sin embargo, algunos títulos captaron mi atención y fue así como incorporé conceptos tales como “orgasmo”, “feromonas”, “zonas erógenas” y esas cosas.
Sin darme cuenta y sin que fuera necesario el incentivo visual, la mano derecha se me había colado por debajo del pantalón e intuitivamente comenzaba a descubrir los secretos de los placeres solitarios. Mi primera masturbación fue tardía pero maravillosa… e inconclusa.
Me estaba preguntando cómo había sido posible que no me hubiera toqueteado nunca antes, cuando caí en la cuenta de que lo estaba haciendo en medio de la sala del departamento de mi padrino. Apenas tuve tiempo de acomodarme la ropa y regresar el tomo de la enciclpedia a su sitio antes de que mi padrino abriera la puerta. Por suerte, el edificio era una construcción antigua de principios de siglo (del XX) y el ascensor era algo así como una cafetera asmática. De regreso de su trabajo, padrino había comprado medialunas y preparó la merienda como lo hacía cada vez que yo iba a estudiar a su casa. Pero esa vez hubo poca charla. Tomé solo unos sorbos de chocolate y no terminé la segunda medialuna. Me fui cuanto antes a mi casa. Obvio: necesitaba un baño o cualquier otro sitio donde pudiera disfrutar de cierta “privacidad”.
Y les puedo asegurar que aquel debut fue sorprendente y contundente. Ya se imaginarán por qué. No voy a tener el mal gusto de excederme en los detalles. Baste con saber que aquella tarde me di cuenta de que tenía un volcán entre las piernas.
Lástima, ya se me acabó el tiempo. Ahora vivo en mi propio departamento, tengo una nueva computadora y conexión de banda ancha, pero me espera un cliente.
Otro día continúo contándoles la historia. Claro… si les interesa.
Una linda historia, la mía fue mucho más prosaica.
ResponderBorrarUn abrazo.
WOOOOOOOOOOOOOO !!! RELATOS ARDIENTESSSSSS !!! X Diorrr!!! Cuantisimo los hechava de menosss !!! Por favor Fede, haber si conseguis animar un poco al jefe, y se decide a retomar las buenas costumbres. La sección de relatos siempre fue el alma de Bananas. QUEREMOS MASSSS !!!! Jajajaja.
ResponderBorrarPor cierto Fede. Mis felicitacoines por el post. Puede que sea recargado, pero las fotografias con lo que lo habeis adornado, son de un autentico SOBRESALIENTE !!! Una autentica delicia !!!!
BESITOSSS !!!